sábado, abril 20, 2024
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Los padres no tenemos derecho. Por Gina Marranzini

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Los padres no tenemos derecho. Por Gina Marranzini

No es nada nuevo, por años sabemos de casos en los que los niños pasan a ser víctimas del secuestro familiar por parte de unos de sus padres, casos que nos crean indignación e impotencia.

En este tiempo, se hace cada vez más común que ante un divorcio o una separación, se provoque una típica batalla por la custodia o manutención de los hijos, en los que como método de represalia y castigo en contra del otro, se cometan actos de crueldad y abuso, privando a los hijos del derecho de mantener una relación cercana con uno de los padres.

Lamentablemente algunos matrimonios y relaciones de parejas no llegan a un buen término y aunque sea necesaria una separación por el bien de la familia, todos sufren, pero quienes más sufren las consecuencias son los hijos.

Padres que por satisfacción propia, enredados en el egoísmo, resentimiento, ira y despecho, causan un daño irreparable, marcan las vidas de los hijos sometiéndolos de manera injusta a vivir una vida constantemente manipulada por una de las partes.

Un divorcio o una separación no debe ser la causa que justifique invalidar a la expareja como persona o el papel que le corresponde como progenitor.

Cuando se actúa con la intención de –literalmente, ponérsela en china al ex, se  crean condiciones negativas que cierran las puertas para que en algún momento se pueda contar con el apoyo y la ayuda de este, para darle lo mejor a los hijos en su desarrollo como personas y hasta económicamente. Son acciones que finalmente se traducirán en reproches a enfrentar por haberles negado la oportunidad de construir una relación parental sana, algo vital para todo ser humano.

Hacerle la vida imposible al ex, es un acto cobarde de castigo para los hijos y que los mutila como personas en muchos aspectos de sus vidas, pero sobretodo moralmente, creando una distancia innecesaria en una relación que indudablemente está comprometida a ser para toda la vida.

Para los hijos, es doloroso no poder ver a uno de sus progenitores en lo cotidiano, pero también para los padres es un acto traumático dejar de ver a sus hijos. En este tipo de situaciones, las víctimas son los dos, los padres o madres no convivientes, y los hijos, convertidos en  rehenes del que convive con ellos.

Existen madres deseosas que sus hijos tengan sus padres cerca y se hagan cargo de ellos, de vez en cuando, y hay padres deseosos de ser incluidos en la crianza de sus hijos, porque verdaderamente aman a sus hijos y quieren cumplir la función de procreadores responsables, aun cuando ya no vivan con ellos.

Los hijos luchan con sentimientos encontrados pero sobretodo experimentan una sensación de pérdida, inestabilidad, inseguridad, desprotección, baja autoestima y se sienten sometidos a vivir fuera del bienestar familiar situación que los empuja en algunos casos a asumir conductas inadecuadas y en otros a cometer actos inapropiados a veces violentos con la intención de liberarse de culpas ajenas o simplemente llamar la atención.

¿Será que ignoramos o subestimamos el impacto y las consecuencias que esto representa como individuos para la sociedad?

Lo más sano y conveniente es permitirles a nuestros hijos que sean ellos quienes por voluntad propia y en plena libertad, escojan el tipo de relación que desean tener con sus padres y que por instinto, tomen el amor que les corresponde y el ejemplo que les honra por herencia.

Que sean ellos que encuentren su propio camino y este se transforme en orgullo de ambos padres, sin importar la dirección de sus respectivos destinos.