Todos los días, mientras hago un recorrido virtual por las redes sociales, específicamente por Facebook, termino a veces algo apenada; en ocasiones, escandalizada. ¿El motivo? La aparente ligereza con la que muchos usuarios muestran a sus hijos e hijas.  Igual he visto fotos que me hacen sentir un poco de vergüenza ajena.

Fotos de niños semidesnudos, niñas apenas cubiertas con un pañal desechable o en panties. Algunas veces veo imágenes de niños y niñas en la intimidad de su cama, durmiendo agotados, a pierna suelta, luego de la faena del colegio, de venir de alguna fiestecita, o un viaje.  Otras tantas lo que veo son posturas coquetas y graciosas. En el caso de las niñas, he llegado a encontrarlas con posturas de mujer adulta, casi rozando lo sensual –puedo inferir que dichas posturas son sugeridas por la persona que hace la instantánea-. En los varoncitos, por asuntos de cultura, lo sexual no siempre presenta la misma obviedad como ocurren con las niñas, pero igual es un problema, desde el prisma que deseo abordar.

Llegado a este punto, aclaro algunas cosas: Cuando se ama, se experimentan sentimientos de vanidad y orgullo por el ser amado. Surge un deseo casi desbordante de mostrar a todos el motivo de nuestro amor. En el caso de la prole, es como si quisiéramos subirnos en el obelisco más alto y mostrar a todos el fruto de nuestro trabajo. Aquí interviene un poco el ego del adulto en cuestión. Esto es totalmente humano; no obstante, lo que deseo explicar pasa por otro lado. Cierto es que cada cosa graciosa, divina, cómica o aparentemente increíble que hacen nuestros hijos, queremos mostrarla a los  más íntimos; la mayoría de las veces, a todo el que quiera verla.

Colocando el amor a un lado, veamos un aspecto delicado sobre el tema, que según observo, no siempre es atentido: la dignidad del menor. Los niños tienen derecho a la privacidad. Me animo a preguntar lo siguiente: ¿me mostraría a todos mis contactos de Facebook durmiendo, entre arropada y descubierta, exhibiendo la ropa con la que me acuesto, mostrando detalles de mi habitación? La respuesta no puede ser más definitiva: ¡NO! Soy adulta y elijo no hacerlo. Pero, ¿le parece que su hijo o hija sí lo harían, de poder elegir?

Obviar lo que piensa el niño o niña es cosificarlo. Implica convertirlo en algo qué mostrar, de ahí a la objetivación falta poco. A partir de lo anterior, el padre o la madre dejan de lado el derecho del infante de mantener a salvo su privacidad. Peor aún, el adulto, siendo responsable de la integridad emocional y física del niño o niña, desatiende en este aspecto su rol protector porque lo expone. Lo hace frente a gente que el menor no necesariamente ha escogido y en contextos en los que tampoco ha tomado parte. Naturalmente, los niños no están en calidad de elegir en estos asuntos, no están maduros, de ahí la gran importancia de las decisiones tomadas por el tutor al respecto.

Todo lo anterior no es nada comparado con lo siguiente: las redes sociales son el escenario perfecto para pedófilos y para los que viven del negocio de la pornografía infantil. No se trata de que ellos dan con una foto y ya. ¡Nada que ver! Ellos dedican horas y horas a buscar las imágenes y las redes están REPLETAS de fotos de infantes. Tienen sus patrones bien identificados y saben a dónde dirigirse. Y entérese, la imagen de un menor no tiene que ser, siquiera, sugerente –sexualmente hablando- para que resulte atractiva para estos enfermos.

Habrá quienes defiendan el hecho alegando que solo están compartiendo fotos con amigos, y que conocen muy bien a sus contactos. Lo cierto es que una vez que una imagen es cargada a la red, usted no tiene control sobre ella; más todavía, usted tampoco tiene control de las configuraciones de privacidad de sus amigos; tampoco conoce a todos los contactos de sus amigos –y sigue la espiral, indetenible-. Simple.

Otros optarán por la más ingenua de las excusas: todos lo hacen…

No insinúo que los padres y madres que tienen la costumbre de mostrar en redes cada cosa linda, bella, graciosa o divertida que hacen sus hijos, sean malos o descuidados. Mucho menos pienso que no los amen o los protejan. Solo me atrevo a sugerir, con todo respeto, que no han considerado las implicaciones que conlleva exhibirlos públicamente.

Finalmente, sé de una forma sencilla de determinar si debemos o no cargar una foto en redes –vale para nosotros, los adultos-. Consiste en preguntarse: ¿si estuviera en un parque, con todos mis amigos y una que otra persona por ahí, mostraría esto?, ¿enseñaría esta parte que pertenece a mi privacidad? Si la respuesta te hace dudar, quizá debas pensártelo.

Por otro lado, sería buena idea permitir a nuestros hijos crecer, y que ellos elijan más adelante, haciendo uso de su voluntad y no la nuestra, si desean meterse en el complejo mundo de las redes sociales.  Por supuesto, siempre contando con nuestra supervisión y ofreciéndoles toda la información posible necesaria.