Algunos piensan que la protesta social es una expresión atrapada en su propio fin: reclamar y ya. Consideran como poco racional este esfuerzo en tanto no sustenta ninguna proposición concreta ni sustantiva. No se dan cuenta de que el problema de nuestra institucionalidad es precisamente su inoperancia.
Es un propósito fallido proponerle demandas colectivas a un Estado desertor de su propia legalidad, con una autoridad disminuida y erigida en amenaza real a su integridad. Sencillamente nos tenemos que defender de los que usan y abusan de sus instituciones para cobijar o excusar su propia responsabilidad.
Cuando una sociedad se degrada de esa manera se precisa quebrar los nudos que la atan a la conformidad domesticada, entonces la acción colectiva se convierte en una elección absolutamente legítima, deseada e imperativa.
Obvio, esto no tiene sentido ni comprensión para los que viven convencidos de que nos ampara un orden institucional funcional y garantista. Ese que ha perdido fuerza y calidad
para someter a las consecuencias de la ley a aquellos que nos «representan», convertidos por sus desafueros e impunidades en nuestros verdaderos enemigos. Por eso y contra ellos marchamos, …por eso reclamamos.
