jueves, abril 25, 2024

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Que la corrupción no sea costumbre. Por Maité Duquela

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Según el Índice Global de Competitividad 2016–2017, realizado por el Foro Económico Mundial, la República Dominicana se encuentra en la lista de los países más corruptos del mundo. Repito: de los más corruptos del mundo. Y, de hecho, es un tema tratado con gran frecuencia: es mencionado una que otra vez en las conversaciones sobre política; aparece de vez en cuando algún escándalo en los noticieros y se nombra constantemente en las redes sociales. Lo que significa que estamos un tanto familiarizados con dicho concepto, pero ¿realmente estamos conscientes del impacto que representa en nuestra sociedad y en nuestras vidas personales? Si fuese ese el caso, hace bastante tiempo que hubiésemos destituido y encarcelado a cientos de funcionarios públicos por violación de nuestras leyes y nuestra Constitución y, más que todo, por irrespeto a todos los dominicanos.

Ahora bien, la dimensión de la gravedad de la corrupción reside en el hecho de que tiene múltiples facetas. Es un problema de gestión, de carácter económico, administrativo, legal, un problema cultural, y por supuesto, un problema ciudadano. Que se constituye no sólo por individuos que corrompen, sino también por un sistema que permite y promueve dicha práctica. Países como el nuestro, con una gran debilidad en su institucionalidad, la corrupción está más propensa a darse, tanto a discreción como a la luz de todo el pueblo. Llegando hasta tal punto en el que dejamos de reconocerla como una acción grave y, en vez, la percibimos como un acto común y corriente, como parte natural del funcionamiento de las instituciones, presente en las raíces más profundas de nuestra política.

Lo cierto es que la corrupción es uno de los delitos más abominables, y quien la practica es el peor de los delincuentes. Pues el crimen no termina en la transacción ni en la toma de capital estatal. El dinero que se consume en la corrupción se traduce a menos inversión en los servicios públicos que la población necesita para vivir dignamente y que tiene todo el derecho a recibir y exigir. Por dicha razón, el que utiliza su posición para, por encima de la ley y de los principios, obtener un beneficio económico del cargo público que ocupa, está cometiendo no sólo un delito administrativo, sino un delito social, un delito moral.

Bajo dicho contexto, es más criminal el que mensualmente toma de los recursos del Estado – nuestros recursos, por si no lo sabían – para satisfacer sus ambiciones, mantener sus privilegios y recibir su descabellado sueldo, que aquel que por desesperación, por hambre o por sus hijos – producto de la misma corrupción y la ineficiente gestión gubernamental – roba una cartera. No, no estoy justificando al segundo atracador. Sólo quiero dar a entender que la mayoría de los políticos nos asaltan en todos los días: nos saquean el dinero por el que trabajamos tanto y nos despojan de los derechos básicos que nos corresponden. Esto es, sin duda, inaceptable.

Mas nosotros no nos damos cuenta o decidimos ignorar el crimen que comete el de traje formal. Pensando, erróneamente, que la política está ajena a nosotros; como si ellos vivieran en un país y nosotros en otro. Cuando en realidad la corrupción, la impunidad, la pobreza y la delincuencia nos afectan a ti y a mí directamente. Aun así, hoy seguimos sentados cómodamente en un sofá, escuchando las noticias y quejándonos entre nosotros mismos, sin llegar a hacer nada al respecto. Tal vez nos levantaremos del sofá cuando nos lo roben.

Lamento decirles que los cambios no se hacen solos; somos nosotros los responsables de accionar. Y aunque muchos aseguran que en el futuro habrá un día en que el país cambie para bien, ¿cuándo será ese día? ¿Mañana? ¿La próxima semana? ¿En un año? ¿O nunca? “Ese día” del que tanto hablamos; el día donde haya garantía de los derechos básicos para cada dominicano, donde contemos con políticos serios y se puedan llevar a cabo gestiones públicas eficientes; ese día debe ser hoy.

Siendo el Día Internacional contra la Corrupción, reflexionemos sobre el país en que estamos viviendo y en el que vivirán nuestros hijos y nietos. Pensemos en nuestra actitud y preguntémonos qué estamos haciendo para combatir esta plaga que degrada cada vez más nuestra sociedad. En este preciso momento, hagamos un compromiso con nuestro país: dejemos atrás nuestra ignorancia e indiferencia, despertemos y alcemos nuestras voces contra lo que está mal,  asumamos nuestra responsabilidad social y unamos nuestras fuerzas para cambiar el futuro de nuestra República Dominicana.

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