De hadas y princesas: COVID-19 y el sueño errediano (I). Por Edward Veras-Vargas.

Había una vez un país cuyos habitantes creían que alimentarse era un problema tan irrelevante como acudir -dotados de una tarjeta de crédito- al supermercado más cercano.

Sus habitantes gustaban de la carne de pollo, de los huevos, de la carne de cerdo, entre otras proteínas. Al llegar la crisis del COVID-19, muchos de ellos creían que el problema sería cómo pagar por esos alimentos, porque habían sido suspendidos en sus empleos, por las medidas de aislamiento social, y que -sólo durante un tiempo- no tendrían ingresos para sustentar sus incursiones al supermercado.

Pasaban por alto -los crédulos habitantes de ese país- que los pollitos adquieren aceleradamente -en su alrededor de 45 días de vida- el peso que tienen al ser sacrificados, gracias al maíz, a la grasa y a la soya importados, que los criadores adquieren -de manos de los grandes oligopolios internacionales- y que pagan con divisas. Todos sabemos que no existe producción local de maíz para sustentar nuestros pollos.

Ellos ignoraban -los habitantes de aquel país- que las granjas se mantenían libres de enfermedades aviares gracias a las grandes dosis preventivas de antibióticos y bactericidas importados, producidos por laboratorios extranjeros, pagados con dólares.

Estas personas no tenían ni idea de que, para que las gallinas ponedoras continuaran poniendo un huevo cada 23 a 26 horas, las plumíferas necesitan ingerir una dieta de alrededor de 100 gramos diarios de alimento balanceado con alto contenido proteico (especializado según la edad y fase productiva del animal), con fósforo y calcio, así como del manejo de la luz a lo interno de la granja. Estos insumos, al igual que los de los pollos, se importan y se pagan con moneda fuerte.

No sabían tampoco, esos cándidos pobladores, que los cerdos cuya carne -embutida, procesada o fresca- consumen, no se engordan con sobras de las mesas de sus criadores, y que para que cada cerdo gane 1 kilo de peso (carne fresca, al momento de sacrificarlo) será necesario que ingiera durante su vida 3.5 kilos de alimento balanceado bajo en fibras, compuesto de grasas, proteínas, granos y minerales, todo esto importado.

El día y la hora de descubrir que aquello de que “el problema era simplemente tener con qué pagar la compra en el supermercado” es un cuento, llegaron. No ahora, sino en enero de 2020, cuando los chinos cerraron la ciudad de Wuhan, en su intento por frenar lo que devino en una pandemia que amenaza con borrar nuestro estilo de vida. Los cuentos de hadas y princesas han quedado en evidencia -precisamente- como eso: simples cuentos. Nuestra seguridad alimentaria es una gran ilusión, construida a fuerza de repetir -cual mantra- que somos “autosuficientes” en los principales productos de los que se alimenta nuestra gente.

Más que echarle la culpa al gobierno -nuevo deporte nacional- por su incapacidad (y no por decir esto el gobierno sería menos incapaz), debemos hacer conciencia de que pocos tienen una idea aproximada de lo que nos viene encima los próximos 3 a 6 meses, cuando se agoten las existencias almacenadas y no haya con qué seguir comprando los alimentos para nuestros animales de granja, y cuando en el mundo se escaseen dichos alimentos y los insumos para la crianza animal. O acaso creemos que los productores de maíz y soya en Estados Unidos están atentos a sus sembradíos, mientras los demás tememos por nuestras vidas y nos encerramos, tratando de evitar el contagio. Quién puede ser tan iluso para creer que los países productores de estos commodities seguirán exportándolos, y que no los retendrán para garantizar la satisfacción de su demanda interna.

Ni el gobierno ni nadie sabe aún qué hacer. Todas las ideas deben estar sobre la mesa. Sin temor a ser ridiculizados como Carlos Conuco -Carlos Urrutia, Gobernador de la Colonia de Santo Domingo de 1813 a 1818 (periodo España Boba), quien obligó a los habitantes a dedicarse a labores agrícolas- necesitamos sin demora que nuestros expertos agropecuarios se atrevan -con nuestro apoyo- a dar los pasos necesarios para refundar el campo dominicano. Hay que ponerlo todo patas arriba, mirar al pasado buscando desaprender lo malo, salvar lo bueno, y con la tecnología moderna rescatar nuestra producción local. Eso debe empezar con un plan de acción para enfrentar -en el breve plazo- la inminente crisis alimentaria que se avecina, con medidas concretas para que cada familia, sector, ciudad, región y sector productivo las puedan implementar, y así poder tener qué comer cuando llegue “la hora de la verdad”. Pero -más aún- se requieren  las acciones firmes y valientes para no permitir jamás que se hipoteque nuestra seguridad alimentaria.

Las salidas no se ven claras, pues al cabo de 6 meses estaremos debatiéndonos sobre el manejo de las variables locales e internacionales que aumentarán los costos de adquisición de estos alimentos: en el ámbito local, la inflación y la devaluación del peso respecto a las divisas fuertes, con un aumento importante de la tasa de cambio del dólar norteamericano; en el ámbito internacional, la reducción de la oferta de dichos productos con la consustancial subida de sus precios, más el aumento relevante del costo del flete, por la disminución brutal del volumen de carga y de la frecuencia de los buques disponibles. El reto será muy complejo, pues no sólo es que haya producción de carne y huevos, sino además llevarlos a los consumidores a un precio asequible.

Una vez identificadas las medidas necesarias para garantizar la alimentación de nuestras familias, debemos obligar al gobierno a que las implemente, asegurando así que cada dominicano tenga siempre algo digno qué comer en su mesa, aunque no sea el más suculento manjar. Estamos tarde, pero aún se pueden salvar muchas vidas. En Rescate Democrático, al dar esta voz de alerta, queremos ser bujía inspiradora para que esos hombres y mujeres que constituyen el alma de nuestra producción agropecuaria den tan necesario paso al frente, en este momento decisivo de nuestra historia, pues a ellos corresponde ese rol protagónico y vital para la seguridad alimentaria de nuestras familias.  Con decisión y coraje, estaremos a su lado actuando, respaldando el rescate de nuestro campo.

Rescate Democrático.