El neotrujillismo en pleno siglo 21. Por Frederic Emam-Zadé Gerardino

«Cuando el río truena es por qué piedras trae» dice un refrán implicando que de cualquier rumor se pueden sacar conclusiones.

¿Qué conclusiones pueden sacarse del rumor que el gobierno quiere modificar la constitución para permitir la trielección del Presidente Medina?

La conclusión más obvia es que hay un grupo de comunicadores políticos que han puesto  a circular ese rumor. ¿Por qué? Quizá para poner al Presidente y a sus rivales a definir sus posiciones respecto a la trielección. ¿Quiénes? Los beneficiarios y posibles originarios de este rumor: Los políticos. ¿Cuáles? Eso es más difícil de deducir.

Pero lo más fácil de concluir es que de modificarse la constitución para facilitar la trielección presidencial se estará trillando la trocha de un nuevo Trujillismo en pleno Siglo 21.

Este es un país de gente buena, pero caudillistas, cuyas raíces en sus tres culturas matrices los hacen demandar de sus políticos un paternalismo gubernamental; un país donde aún existe una tendencia hacia el servilismo y la adulación del “Jefe” como un semidiós. Trujillo aún vive en el inconsciente colectivo de las culturas dominicanas y cualquier político, funcionario, guardia o policía es un Trujillo en potencia. Debería avergonzarnos, pero es la verdad y todos lo sabemos.

En nuestras tres culturas matrices: el caciquismo indígena, el aldeanismo europeo y el tribalismo africano, se hacía lo que diga “el Jefe”, “lo que diga Balaguer”,  o “lo que diga Peña, eso es lo que va”; y al Presidente se le pide permiso para todo y que resuelva todo. Ese es el caldo de cultivo del caudillismo dominicano y de tantos dictadores. No es por casualidad, es la respuesta paternalista a nuestras demandas infantilistas de que el gobierno se ocupe de nosotros.

El de abajo necesita sentirse que pertenece a la tribu, estar donde el Jefe lo vea y disfrutar de la ilusión de su confianza y la esperanza de su favor. El de arriba necesita sentir ese apoyo — aunque sea simulado, pues el de abajo solo está interesado en buscársela y lo adula para que le resuelva. Aunque también hay quienes realmente lloran de emoción, se ilusionan y se enamoran de esa figura paterna que quizá carecieron en sus hogares; de ese gobernante mágico; de ese caudillo que le promete que le resolverá sus problemas desde el poder.

En la democracia de lo que se trata es de escoger a un servidor público y darle el mandato de que trabaje en ampliarles a todos las oportunidades para progresar. Pero aquí y en el resto de América queremos presidentes súper estrellas, que hablen bonito y que nos cautiven aunque no entendamos lo que dicen; que destilen poder y nos inflen el ego. La política se ha convertido en un concurso de popularidad y los políticos en populistas, y eso no es bueno para nosotros, ni para la república ni la democracia.

Aquellos que buscan el poder absoluto aun con las mejores intenciones, por enmarcar a todo el mundo dentro de su visión del cielo en la tierra, terminan creando las más infernales tiranías, porque su visión del cielo es un infierno para muchos otros. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente y todo aquel que busca el poder absoluto es peligroso para la sociedad y esta debe oponérsele si quiere mantenerse libre.

La mayor amenaza a la libertad actualmente viene de quienes quieren más poder para combatir la delincuencia y el desempleo. La delincuencia solo se resolverá empoderando más a los ciudadanos, no a los funcionarios del gobierno ni a sus Fuerzas Armadas ni la Policía Nacional, quienes con mayor frecuencia son quienes propician por omisión o comisión la delincuencia y el crimen organizado. Y el desempleo solo se resolverá quitándole impuestos y trabas a todos los negocios, para que más gente emplee a más gente; no con botellas ni con dádivas.

En mi opinión estamos llegando de nuevo a una encrucijada en el camino de nuestra historia: la de caer en la tentación totalitaria del camino fácil pero siniestro del estado benefactor, o la de tomar el  camino duro de responsabilizarnos de nuestro progreso individual, independiente del gobierno y en libertad.

Ahora le toca al pueblo dominicano decidir que va a hacer con las piedras que le trae el río: si hacer un pedestal para colocarle arriba al nuevo Papá-Trujillo o si usar las piedras para represar el río de la trielección y canalizar el agua para irrigar los campos de una república más libertaria.