Somos Pueblo.- Ayer, las calles de El Pequeño Haití fueron escenario de una tensa expectación, mientras los residentes miraban videos de la manifestación convocada por la Antigua Orden Dominicana en el Hoyo de Friusa. La protesta, que reclamaba la salida de inmigrantes indocumentados en la zona de Bávaro, provincia La Altagracia, subraya la creciente preocupación por la inmigración ilegal en la República Dominicana. A medida que la situación empeora, la sensación de vulnerabilidad y la incomodidad de los dominicanos crecen, ante lo que consideran una invasión que pone en peligro la estabilidad social y económica del país.
La situación en El Pequeño Haití es un claro reflejo del malestar generalizado que crece entre los dominicanos, quienes sienten que la llegada masiva de inmigrantes haitianos sin papeles está socavando la seguridad, el empleo y la convivencia en sus comunidades. En las calles del sector, se nota el nerviosismo. Patrullas policiales recorren la zona como medida preventiva, pero, según aseguran agentes del Destacamento del sector San Carlos, esto es solo parte de las actividades rutinarias. Sin embargo, la presencia de las fuerzas del orden solo subraya un problema mucho mayor: la inseguridad que sienten los dominicanos frente a la saturación de inmigrantes ilegales en ciertas áreas del país.
La respuesta de los inmigrantes, en su mayoría haitianos, es el silencio. Muchos prefieren no hablar sobre el tema migratorio, tal vez por miedo a represalias o por temor a ser etiquetados. A pesar de ello, hay quienes no dudan en expresar opiniones radicales. Tito Segura, un haitiano nacido en la República Dominicana, comentaba «A todos los haitianos los deben sacar de este país». Segura, que lleva el apellido de su madre desde 1978, justifica su posición al asegurar que los haitianos que viven en la República Dominicana son una amenaza, y que su presencia ha traído consigo una serie de problemas sociales y económicos. Su declaración no es un caso aislado; muchos dominicanos coinciden con él en que la falta de control migratorio está llevando al país por un camino peligroso.
Es innegable que la inmigración ilegal ha aumentado de manera alarmante en los últimos años, y con ella, el crimen organizado, la presión sobre los servicios públicos y la competencia por empleos en un mercado laboral ya de por sí limitado. A pesar de las políticas migratorias del gobierno, la situación no mejora. La Ley General de Migración, que establece un marco legal para la regularización de extranjeros, parece ser una utopía, pues las autoridades no logran implementar medidas efectivas que frenen el flujo de inmigrantes indocumentados. En muchas zonas, como el Hoyo de Friusa, los inmigrantes haitianos se agrupan sin ningún tipo de control, lo que genera un caldo de cultivo perfecto para la desorganización social.
La presencia de inmigrantes ilegales también ha sido una carga para la economía local. Jhonny Mateo Peralta, un comerciante que apoya la idea de un movimiento contra los haitianos sin estatus legal en el país, menciona que el problema va más allá de lo social. «A los haitianos hay que sacarlos a to’», dice con firmeza, al tiempo que denuncia la corrupción dentro de las fuerzas policiales que, según él, se aprovechan de la situación para extorsionar a los vendedores informales haitianos. Esta situación no solo afecta a los dominicanos, sino que también se convierte en un círculo vicioso que empobrece a todos los involucrados.
La pregunta que queda flotando en el aire es: ¿qué pasa cuando un país no puede controlar su frontera ni gestionar adecuadamente la inmigración? La respuesta parece clara: el desorden. Pedro Morla, un dominicano de 90 años que acude regularmente al Pequeño Haití, lo expresa de manera simple: «El lugar está sucio, hay demasiados haitianos en las aceras». Aunque sus palabras puedan parecer superficiales, no lo son: reflejan un malestar generalizado de los ciudadanos que sienten que están perdiendo el control de su propio país. El Hoyo de Friusa, que solía ser un lugar donde convivían tanto dominicanos como haitianos, ahora parece una zona de exclusión para muchos, donde las reglas no se aplican por igual.

La llegada masiva de inmigrantes sin permiso de estadía ha desplazado a muchos dominicanos de sus lugares de trabajo y ha sobrecargado los servicios públicos. Además, la falta de integración de muchos de estos inmigrantes crea una separación cada vez mayor entre las dos comunidades. Adalberto Mateo, un joven vendedor de flores que llegó a intentar emigrar a los Estados Unidos, también se queja de la situación. El joven opina que la Dirección de Migración debería tener un control más firme sobre el Hoyo de Friusa, pues la zona se ha convertido en un refugio para aquellos que no tienen el estatus legal para estar en el país.
El problema de la inmigración ilegal es uno de los mayores desafíos que enfrenta la República Dominicana en la actualidad. A medida que la presión sobre las comunidades locales aumenta, las soluciones parecen más distantes. Es evidente que, sin un control más efectivo de las fronteras y una política migratoria más estricta, el país seguirá enfrentando conflictos sociales, económicos y de seguridad. Si no se toman medidas urgentes, lo que hoy se vive como un desorden tolerable podría convertirse en una crisis de proporciones insostenibles. ¿Hasta cuándo podrá el país hacer frente a esta problemática sin que la convivencia pacífica se vea amenazada? La respuesta está en las manos de las autoridades, pero también en la disposición de los ciudadanos a exigir soluciones reales y efectivas.