A Jean Alain, sinceramente… Por José Luis Taveras

Me preocupa tu dilema. La carga que pesa sobre tus hombros es inconmensurable, tan pesada que cualquier traspié podría trastornar la vida de la nación y marcar, como siniestro tatuaje, su destino político. De tu dictamen pende el siglo y me horroriza pensar que no comprendas la hondura de ese desafío. El problema, Jean, es que estás en el justo medio de intereses cruzados: le debes lealtad a una parte de los que acusas, pero tienes de frente a una sociedad expectante que aguarda en la intemperie este momento. Tu carácter y desempeño decidirán la talla de ese sueño. No la decepciones.

Tendrás que lidiar con la tentación de matizar, diluir y hasta obstruir tu propia investigación para que su brazo no alcance a donde deba llegar. No sé qué tanto te importa tu retrato histórico, pero prestarte a eso sería una felonía; el resto de tu vida no podrá redimir tal desvarío. Mejor renuncia dignamente y te juro que te irá mejor. Tú vales más que el puesto.

Mi estimado Jean, hay momentos en los que la ingratitud es virtuosa; este es uno de ellos. Muchos te recordarán favores, viejas lealtades, deudas políticas, amenazas, delaciones y hasta complicidades; otros se manejarán a través de líneas más sutiles usando a tu propia familia.

Me imagino que ya te han recordado que no eres un mártir para inmolarte y que debes hacer “lo que se pueda”; que tu apellido es Rodríguez y no Duarte. Rebosarán tu imaginación con alucinaciones espumosas; te dirán que tienes un futuro político rutilante y no dudo de que te ofrezcan lo que en otras circunstancias jamás consentirían. Te harán sentir espumosamente inmenso; ilusoriamente iluminado. ¡Ten cuidado!, no le creas ni te envanezcas; te están usando. Para aligerarte esos vértigos, te recuerdo que la mayor parte de la sociedad piensa que fuiste puesto ahí por imperativas razones de confianza; que llegaste para “resolverle” a los que te colocaron y que en esa decisión, más que tus méritos y capacidades, contó tu lealtad. Si es así como te ves, te sientes y te valoras, no pierdo tiempo y dejo hasta aquí mis inservibles reflexiones, pero tengo la sospecha de que te bates en un tornado de dudas; entre aguijones mordientes de conciencia.

Jean, no pierdas la oportunidad de desmoronar esos prejuicios y demostrarles a los escépticos que están equivocados; hazles tragar en seco cada palabra. Esa será la más noble venganza. No estás para interpretar un papel prestado ni para salvarle el pellejo a los grandes, sino para revertir una larga historia de descuidos y complicidades. Tú puedes marcar la frontera, hacer la ruptura y detonar las fuerzas del cambio. No te enajenes por tan poco, muchacho; aspira a lo máximo. Gánate la grandeza de servir con firmeza, virilidad y decoro.

La historia te ha dado la autoridad que muchos desearíamos para hacer proezas; no la malgastes ni la desprecies. Necesitas apartarte del ruido barato del poder y contemplar, a pleno sol de tu conciencia, tus retos desde horizontes más elevados. Olvídate del compañero de partido y piensa en los dos millones de dominicanos que se levantan cada mañana a hacer del día un milagro de sobrevivencia. Ten el valor de cruzar más allá de donde te dejan y sentirte como lo que eres: un soberano.

Mi amigo, tu país clama por justicia. Nunca hemos tenido mejor oportunidad para hacerlo y ese glorioso momento es ahora. Tendrás a un pueblo de tu lado si obras correctamente, pero no pretendas quedar bien con Dios y con el diablo; aquí no hay opciones y si te empeñas en eso quedarás mal, muy mal. Una justicia selectiva, arreglada, desdoblada, mutilada y aparente es más corrosiva que una mil veces denegada: ¡todos o ninguno! No te suicides moralmente ni te evapores en el polvo histórico; sería ruinoso ser recordado solo por aquellos que hoy puedas favorecer en la sombra de la complicidad.

No aspiramos a expiaciones, guillotinas, montajes, ni circo. La sociedad ha madurado bastante para seguir chupando caramelos. Solo te pedimos lealtad a la verdad, a la razón y al derecho. Tienes todos los medios y logística para realizar una instrucción ideal y cuentas con una cooperación internacional no estrenada en la historia judicial, pero también tendrás los ojos del mundo en cada paso que des. Las paredes oyen, mi estimado amigo, y sus susurros se escuchan en Washington. ¡Tú sabes de qué hablo!

La sociedad ha soportado impaciente tu paciencia. Creo que te mereces el tiempo justo e inexcusable para una investigación de ese calaje. Comprendo tus presiones, pero debes saber que la ansiedad social en este trance responde en parte a la duda de saber la exacta medida de tu credibilidad y la entereza de tu compromiso. El problema, Jean, es que la gente le perdió fe al sistema; tu reto, amigo, es devolverla.

Cuídate de las llamadas del Palacio, de las “líneas partidarias”, de los mensajes cifrados, de los encuentros clandestinos, de los cuchicheos indigestos, de los papelitos arrugados filtrados por debajo de la mesa, de las consultas preparadas en tandas tardías por otros despachos y hasta de los consejitos familiares por encargo: son venenosos. Debes dudar razonablemente de todo y de todos.

Aléjate de los funcionarios que vienen a debilitar tus determinaciones; traiciónalos con coraje, ciérrales la puerta en sus propias narices. Solo así te ganarás el respeto que sus proposiciones indecorosas nunca podrían. Estás ahí para descubrir la verdad y, en su nombre, honrar a la justicia, no para justificar con sofismas ni breñas hermenéuticas un dictamen prestado o acomodado para condenar a unos y redimir a otros.

Muchos pensarán que pierdo el tiempo; otros, más incrédulos, dirán que esto es una ironía. Hablo en serio. Cuando la tormenta haya pasado, no podrás evitar releer esta carta: la besarás o la arrojarás al zafacón, según cómo hayas quedado; mientras, le pido a Dios que ilumine tu vida; descansa en él tus decisiones, pero, por favor, no te equivoques. Con respeto, José Luis Taveras.